El solsticio de invierno en el México antiguo.

El solsticio de invierno, que acontece alrededor del 21 de diciembre, marcaba un momento sagrado para muchas culturas prehispánicas en México. Este día, cuando el sol alcanza su punto más bajo y la noche es más larga, representaba el inicio de un nuevo ciclo agrícola y espiritual.

Para el pueblo mexica, el solsticio se relacionaba con el triunfo renovado del sol, representado por Huitzilopochtli, su deidad principal. Las ceremonias incluían ofrendas, rituales y danzas dedicadas a asegurar que el sol recuperara su fuerza y continuara su recorrido por el cielo. Era un recordatorio del eterno enfrentamiento entre la luz y la oscuridad, una metáfora fundamental para su visión del cosmos.

En otras culturas como la maya, la observación del solsticio era especialmente precisa. Sus ciudades estaban diseñadas con alineaciones astronómicas que permitían marcar con exactitud los cambios de estación, esenciales para la agricultura. Además de su dimensión práctica, este día tenía un carácter profundamente sagrado: señalaba el comienzo de un nuevo periodo de vitalidad y era ocasión para honrar a deidades solares como K’inich Ajaw, dios del sol diurno, o Hunahpú, asociado al astro naciente. Así, conocimiento y espiritualidad se entrelazaban en un mismo evento.

En el centro de México, otros pueblos como los purépechas y los otomíes también realizaban ceremonias para agradecer la renovación de la naturaleza y prepararse para la siembra futura.

De esta forma, el solsticio de invierno no era únicamente un fenómeno astronómico, sino un acontecimiento cargado de significado. Para las culturas prehispánicas, simbolizaba esperanza, renacimiento y el equilibrio sagrado entre el cosmos y la vida humana.

Sofía Meza.

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