Aconcagua, el cerro que desafía
Hoy me gustaría hablarles sobre uno de los atractivos que tiene mi provincia Mendoza. Se trata del cerro más alto del continente con 6.962 metros rodeado de un paisaje natural extraordinario por los glaciares, quebradas y ríos que lo circundan. Podría escribir sobre sus características geológicas, sobre su flora y fauna pero seguramente esa información la puedan encontrar fácilmente en internet. Por eso me gustaría hablarles sobre el misticismo que rodea la odisea de escalar el techo de América.
Elegí la palabra misticismo, según el diccionario de la Rae estado de la persona que se dedica mucho a Dios o a las cosas espirituales, porque justamente intentar alcanzar su cima es toda una experiencia religiosa. El desafío trasciende llegar a la cima, se trata de un desafío interior y personal. Implica un trabajo interior muy profundo, conocerse a uno mismo, enfrentarse con los propios miedos y buscar caminos para superarlos. El reto es descubrir nuevas fortalezas físicas y espirituales para no decaer frente a las tormentas que se puedan presentar en la travesía.
El Aconcagua, imponente, intenso y silencioso desafía a los mortales a salir de su zona de comfort y a comenzar un viaje interior peligroso pero sumamente sanador. Se trata de un viaje de autoconocimiento durante el cual se activa la percepción y la intuición para recorrer el camino sinuoso que presenta el cerro. El Coloso de América provoca movilizar las fibras más intimas de un ser humano para vencer obstáculos físicos y mentales. El Aconcagua obliga a estar presente, a vivir cada paso, cada respiración, cada movimiento como una experiencia única e irrepetible y muchas veces mortal. La meta es la cima, pero el recorrido para alcanzarla es lo transformador de la experiencia. Experiencia mística que produce el reencuentro con Dios, con uno mismo.
Elina Chifani.
Preguntas de comprensión